Los orígenes de la fractura entre cultura tradicional y cultura científica se arraiga en la revolución científica del siglo XVII. La ciencia empezó a consolidarse como un cuerpo conceptual, dotado de racionalidad propia, expresado en lenguajes matemáticos, remitida a la comprobación empírica de juicios teóricos.
C.P. Snow determina las raíces de esta fractura en el sistema educativo unilateral, incapaz de asumir una actitud inteligente ante las grandes transformaciones científicas del siglo XX y la dificultad para estimar la dimensión social de los impactos científico-tecnológicos.
Desde esta perspectiva, su diagnóstico aun tiene vigencia en la necesidad de fomentar una cultura científica, basada en un proceso de educación integral que forme personas capaces de insertarse en la revolución científica con el dominio de varias lenguas para comprender el desarrollo científico tecnológico del mundo.
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